martes, 23 de junio de 2009

EPISODIO III: Dos policías rebeldes

Me voy a mi casa,
A tener mis “momentos de calidad”
Martin Lawrence



Estoy sentado en una habitación deprimente con dos carteles medio despegados con fotos de terroristas “adornando” las paredes. El asiento en el que estoy bien podría ser un asiento cualquiera de un autobús si no fuera porque está colocado pegado a la pared en lugar de en un vehículo con ruedas. En frente mía Rocío duerme en el hombro de Carlos (este hoy ya no folla, una tía con pareja más tarde de las 9 de la mañana y aún en planta significa “no sexo” como mínimo hasta el día siguiente). A mi lado Marta hace tremendos esfuerzos por no dormirse apoyada en mí, yo sigo en shock desde que me encontré el coche con una ventana reventada y todo el interior removido.

Me jode, me indigna, me enfada (y no en ese orden precisamente), los daños en el coche son lo de menos (por fin amortizaré el “todo riesgo”) pero que haga dos horas que descubriera que me habían robado y aún no haya conseguido poner una puta denuncia empieza a ponerme de los nervios. El silencio que reina en una comisaría de policía un sábado a primera hora de la mañana te hace pensar en muchas cosas, te hace plantearte cómo has llegado allí.

Hay dos reglas de prevención para aparcar un coche en “territorio comanche” y que no te lo roben: no llegar con la música a todo volumen (para que no quieran robarte la radio) y no abrir nunca el maletero una vez aparcado (para que nadie piense que te vas dejando algo dentro). Y el Taza tuvo que abrir el maletero…

- Illo, me he dejado la cartera en la chaqueta, tienes que abrir el maletero.
- No me jodas, ya conoces la regla número 2
- ¿Venga ya cojones, quién va a robarte el coche? (Eso digo yo…)

Descarto la culpabilidad del Taza, la culpa no puede ser suya, el no rompió la ventana, el no puso el coche manga por hombro para llevarse el suculento botín que han conseguido, nada más y nada menos que un porta cedés lleno de cedés copiados que había en la guantera y una camiseta de propaganda manchada de salsa barbacoa que estaba en el maletero desde la última barbacoa en la playa (desde hace 9 meses!!!, a lo mejor la camiseta ni siquiera la robaron, cuando vio el maletero abierto aprovechó y salió corriendo sola).

Empiezo a reírme sólo (el que abrió el coche podría presentarse al Guiness como el robo menos productivo de la historia) por una razón que se me escapa esa risa nerviosa que se me escapa hace que Marta en una acto de compasión me pase el brazo por encima y apoye su cabeza sobre mi hombro (sigo con la imagen de mi coche “reventado” y aún así este gesto es lo más violento que me ha pasado en toda la mañana).
El momentazo dura poco (muy poco), el tiempo en que el Policía de turno salga de su despacho y me invite a pasar dentro, (¿estás tonto? Has tenido esta discusión contigo mismo mil veces y sabes la respuesta: la “opción Marta” no es viable, ni siquiera es planteable).

- Siéntate, ¿qué ha pasado?

Examino al Policía de arriba a abajo, está sentado detrás de un mueble de madera cutre (ríete tú de los conglomerados del Ikea) con las manos sobre el teclado cual secretaria de peli de bajo presupuesto (llamémosla “porno”). No da la sensación de tener muchas luces, pero es muy tarde (en realidad es temprano) y mi sentido de la percepción comienza a no ser muy fiable.

Señalo por la ventana y digo:
- ¿Ves ese coche con un agujero en la ventanilla? Si te lo hubiera señalado ayer diría simplemente “¿ves ese coche?”

Ni un atisbo de sonrisa, o no le caigo bien, o le pagan un plus por cada media hora sin reírse (debe tener el mismo convenio laboral que los maromos de las puertas de las discotecas, al menos comparten el punto que habla de los incentivos).

- Te han robado, ¿no? (parece que tiene más luces de las que imaginaba). ¿Quieres presentar una denuncia?
- (No, he venido aquí a enseñarte lo bonito que me han dejado el coche, nos sacamos una foto con el móvil para que la cuelgues en el Tuenti y me voy a casa… será lilón) Sí, claro.
- A ver, necesito tu DNI o tu Carnet de conducir, algo que te identifique.

Una especie de runrún que tenía en mi cabeza comienza a subir de volumen hasta que me doy cuenta de golpe.

- No tengo nada que me identifique (¿te vale el sello de tinta azul que me han puesto en la mano en la discoteca?, la cartera la dejé en el coche y la documentación iba dentro.

Se lo que estáis pensando: ¿tantas reglas para que no te roben y dejas la cartera dentro del coche?
Antes de que empecéis a pensar en mí como algo que rima con ollas os contaré algo que no os he contado hasta ahora: Regla número 3 antirrobo, el dinero nunca en el sitio donde se supone que debe estar, es decir nunca en la cartera, siempre en un bolsillo, delantero a poder ser que por ahí nunca te toca nadie (al menos a mí no)

- No pasa nada, ¿te sabes el DNI de memoria? (Upss, Por alguna extraña razón se me de carrerilla los 8 números, pero nunca me acuerdo de la letra, que en teoría es lo más fácil)
- Te puedo decir los números, pero no me acuerdo de la letra (ahora es él el que pensará que tengo pocas luces)
- Me vale. ¿Matrícula del coche?
- 2121 WXX (previa mirada furtiva por la ventana, ¿quién en su sano juicio se sabe de memoria su matrícula?, es más, ¿quién la recuerda en una mañana post-tranca?)
- ¿Sabes quién te robó el coche?

(Un segundo, un segundo, déjame pensar… Me han robado, se quién ha sido, tengo su nombre, sus apellidos, su dirección y una foto suya Y NO ES LO PRIMERO QUE TE DIGO AL ENTRAR POR ESA PUERTA!!! Al menos ya queda despejada la duda inicial: este tío tiene menos luces que la portada de la feria de mi pueblo)

Tras disimular la risa un segundo le contesto lo más cortésmente que me consigo: - No, no tengo ni la más remota idea (que es la manera de decirle a un policía que no tengo ni puta idea)

- ¿Qué te han robado exactamente?

Le comento todo lo que me falta y comienzo a pensar que estoy perdiendo el tiempo haciendo el lila contándole mi vida a un tío que lo único que hace es copiar lo que le digo en su ordenador (ahora eso sí, el tío es una máquina escribiendo, de rápido que mueve los dedos no se los veo, lo cual sería muy útil si no se parara a pulsar el botón de borrar compulsivamente cada 3 palabras que escribe)

Después de otra cantidad de preguntas espectaculares del tipo ¿te han roto algo en el coche? (hombre, si pasamos por alta la ventanilla que desde aquí no vemos…) o ¿Cuánto costaba la camiseta sustraída? (exactamente 10 minutos de “porculeo” a la azafata de Ron Brugal) nuestro amigo el Policía más avispado del condado me dice:

- Venga, vamos a ver el coche

(…)

Desde mi más humilde desconocimiento del procedimiento policial: ¿No hubiera sido más fácil empezar por ahí?
Y no queda ahí la cosa, llegamos al coche y tengo que oír un lacónico:

- Pues sí, te han partido la ventanilla (no puedo con mi vida…)

Una vez de vuelta a su despacho imprime esa obra de arte llamada denuncia y me la lee en voz alta para ver si estoy de acuerdo con ella (porque me lo lee un agente de la ley, porque si lo hace Chiquito de la Calzada me llevo partiéndome la caja 19 días y 500 noches…)

- Estoy de acuerdo agente (y déjame ir a casa a sobar ya, por favor)

Y entonces llegó la pregunta de la mañana, de la semana, del mes, del año…

- Quieres que vea el coche la policía científica.
- Coño, Grissom!!! (Creo que esta vez se me ha escapado en voz alta)

Creo que no es la primera vez que el poli oye esa broma, porque su cara de indiferencia cambia a cara de agotamiento en 0,3 y entonces comprendo que para él esto se le hace tan pesado como a mí (con la diferencia que él cobra por esto y yo tengo un coche con una ventanilla menos).

- No, no hace falta (total, imagino que no servirá de nada, sólo perder más tiempo mientras investigan el coche)
- Bueno pues ya está, si averiguamos algo ya te llamaremos.

Mira que me han podido decir eso del “ya te llamaré” veces a lo largo de mi vida (y las que te rondaré morena) pero ninguna vez sentí menos probabilidades de llamada recibida como ahora.

- Venga, vámonos a casa que ya está bien por hoy.

Carlos despierta a Rocío, que le ha dejado un hilo de babilla en la manga de la camiseta (pero qué bonito es el amor) Y Marta se empieza a reír mientras me mira (imagino que la “entrevista” con el supermadero me ha dejado con una cara como mínimo curiosa, así que no se lo tendré en cuenta, no a estas horas).

Los llevo a cada uno a su casa y aparco el coche en el garaje. Cuando llego a casa me parece mentira que vaya a poder acostarme por fin, pero aún queda lo mejor:
Explicarle a tu padre que te han abierto el coche (su coche) para robarte.

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